miércoles, 10 de noviembre de 2010

El silencio de los corderos

La verdad es que nunca me había propuesto hacer un blog de quejica. Y no sé por qué particular manía, siempre empiezo con aquello de " la verdad" y "en realidad". Será que quiero dotar a esta mísera entrada de una sutil transparencia. A quién quiero engañar.

El caso es que después de pensarlo mientras removía el arroz en la sartén, la fregaba y cogía las llaves para irme a clase, me he decidido darle un empujoncito a este blog abandonado. La verdad es que pensaba, en un principio, llenarlo de cosas que iba descubriendo como "tal grupo", "tal fotógrafo", "tal cosa curiosa", pero es evidente que la cosa no cuajó.

No es que me quiera poner en plan reivindicativa ni a gritar con pancartas "no a los abrigos de pieles" ni nada por el estilo, porque tampoco he sido muy alborotadora. O tal vez sí, pero en plan bohemio y reprimido, con montones de escritos colocados en infiniiiiitas pilas, inundados de tinta. Nah, bromeo. Lo que pasa es que sí me he dado cuenta de que va siendo hora ya de renegar un poquito, y ya no con cosas tan mundanas como que las lentejas me repiten o que el póster, mamá, no-va-ahí. De todos modos, tampoco me voy a poner aquí bajo pose crítica, con música clásica de fondo y una pluma descansando entre mis dedos. Básicamente porque no aguantaría ni dos segundos sin descojonarme.

La gracia y objetivo de este pequeñito rinconcito es guardar las pataletas personales, de cosas tan estúpidas como los pantalones, hasta de lo bien que me cae little Sarkozy. Sea como sea, me ha entrado el espíritu criticón. Temblad, malditos, lengua de serpiente habla.

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