jueves, 28 de julio de 2011

Y los sueños... ¿sueños son?

Hoy me he levantado un tanto aturdida: entre la falta de horas de sueño (lo siento por las mínimas exigidas, le juro solemnemente a mi mente y a mi cuerpo que pronto las recuperaré con mucha gracia y salero), la llamada maternal para despertarme antes de la hora acordada y el sueño que he tejido durante el poco trance que he tenido este noche, seguramente mi cara al levantarme (siempre con los ojos cerrados por ir medio sobada y porque además es la máxima expresión de descontento matutino, aunque sobre todo porque aún sigo medio sobada) parecía un Picasso con rasgos más obtusos e irreales.



La increíble confusión que bullía en mi cabeza se ha tomado la libertad de someter a mi cuerpo en una especie de sensación de irrealidad. ¿Dónde estoy? ¿Que tengo que qué? Joooder, ¿no me levantaba a las once menos cuarto? Tanto si esa era mi voluntad o si no, debía levantarme y como todo ser humano incorporarme a la vida cotidiana, pero para eso debía deshacerme de los restos de sueños que me quedaban de anoche: situaciones que jamás ocurrieron pero que hicieron florecer ciertas percepciones en esta mente. Así, una se levanta jodidamente descuadrada. Como si cada mañana al despertar tuvieras el cerebro como un cubo de rubik: desordenado (¿o ese es solo mi cerebro?).

Nos cuesta una barbaridad, no por tiempo, sino por argumentos, convencernos de que nuestra mente todavía sigue ebria de ilusiones y de situaciones imposibles: cuando soñamos con dinosaurios que aplastan a los transeúntes o persecuciones poco amistosas, nos resulta más fácil añadir el comodín de la realidad para hacer una limpieza general allí arriba. Pero, ¿qué pasa cuando aquello que soñamos es una situación viable y cotidiana? Muchas, muchas, muchas veces, nuestro queridito serebrín se toma la increíble sutileza para almacenar el contenido acumulado durante las horas activas y digerirlo bien, etiquetándolo y encajonándolo todo en un sitio (si no, vaya disaster). Para ello, utiliza suave y concienzudamente el espectáculo de la metáfora: cosas que parecen no tener sentido, tras un momento de sinceridad con uno mismo y reflexión, cuadran. Sobre todo, lo más importante en ese proceso de transcripción de sueños a sensaciones reales, es dedicarle una buena dosis de verdad. Al fin y al cabo, es tu mente la que la fabrica y solo tú sabes realmente lo que sientes y piensas. De este modo, y con este pase VIP que luce a mucha honra, es capaz de enroscarse y crear situaciones imposibles, que sólo materializan tu angustia por el examen, el desamor o tus ganas de hacer algo súper atrevido y molón.

Sin embargo, y aunque mucha gente tampoco se pare a descifrar esta auténtica y genuina obra de nuestro subconsciente, la gran mayoría de veces es fácil de desenmascarar gracias a lo mencionado antes: "Fíjate si estoy estresada por los exámenes que he soñado ya que las suspendía todas...". Ese ejemplo es muy sencillo: el examen está presente en el sueño y es fácil de relacionar. No es fácil, es de retrasado no hacerlo. Luego hay otros que combinan elementos reales con otros fantásticos, cosas que jamás "deberían" ocurrir, que te dejan un poco con la intriga de si estás jodidamente loco o de si es que tu mente es la más creativa y poderosa de todas. Eso  ya es una elección propia.

También es cierto que cantidad de veces "no nos acordamos de lo que soñamos", pero tal y como tengo entendido sí lo hacemos cada noche porque es un proceso de conversión, de etiquetado, de compresión para que el pobre cerebro sea capaz de gestionar todos los archivos recibidos. En cualquier caso, no aceptar lo que se sueña o evidenciarlo por el mismo hecho de que sea material confeccionado con irrealidad y destile ese dulce olor a, por tanto, mentira, no creo que debamos pasar por alto su importancia. Tampoco reclamo que la gente acuda rauda y veloz a comprarse uno de esos libros sobre significados de libros, ni tampoco al chamán del pueblo para poder desentrañar el misterio de su mente. Mi recomendación es tan sólo la de darle la importancia que tienen, pararse a pensar ligeramente qué puede significar y por tanto, qué está pasando en las catacumbas de uno mismo, allí donde comienzan a oírse los ecos más puros de lo que verdaderamente pensamos, sentimos o percibimos.

Con lo que cuesta discernir en ocasiones lo que es real y lo que no, simplemente queda ese momento de la mañana donde intentas hacer que cuadre esta situación sospechosamente onírica que todavía ronda por tu cabeza. Emites un juicio y ves que la coartada cae por su propio peso. Es sencillo, es fácil y cómodo y no se trata de restform.




Te levantas medio atontada, borracha de irrealidad, mientras intentas romper las telerañas que todavía quedan de los sueños de anoche.Y qué dulces son los sueños Y qué loca me acabaré volviendo.

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