miércoles, 24 de noviembre de 2010

Perro ladrador, acabará mordiendo

La entrada de hoy lleva gestándose en mi centro de operaciones durante mucho tiempo, pero siempre la he dejado pasar (al igual que adelanto una que tengo pendiente, la Memocracia, que aprovecho para dejar aquí de memorándum) como las horas, que a pesar de tener este curioso sistema interiorizado, o más bien, automatizado del tiempo dividido, una se toma el elegante capricho de perderlas y dejarlas por cualquier parte. Cuando, en un principio, el tiempo y las horas no existen. Pero eso lo dejaremos para la entrada de "posibles chifladuras que escribir con sangre, o en su defecto, ladrillo, en la pared de la celda".

Paloma, al tema. No soporto ni ver a los cachorritos que impacientemente adhieren las almohadillas rosaditas de sus pequeñas patas al cristal cuando pasas por la tienda de animales. No lo soporto y me da pena. Lo que me hace replantearme hasta qué punto los perros han sido durante tanto tiempo una raza domesticada, adormecida, de la que sólo sobreviven con los sentidos animales en plena efervescencia aquellos que por naturaleza tienden a comportamientos más violentos, "los de caza". No voy a abrir un debate sobre si deberíamos tener animales de compañía o no, al menos no en esta entrada.

Yo soy la primera a la que le fascinaría tener un perro, porque me parecen animales muy cariñosos, coquetos y juguetones y sé que mantendría una buena relación con un can como compinche para gobernar el mundo. Aunque solo sea a base de ladridos. Y este es uno de los motivos por los que sonrío con frecuencia al cruzarme a un dulce cachorrito saltorín, o al más sedentario y bonachón de este lado del Mississipi.

Y es por ello mismo, por lo que al ver en el maldito escaparate unos inocentes cachorritos colocados estratégicamente para infundir pena, es cuando me dan ganas de romper los cristales y llevármelos todos en una cesta, gritando "cabrones de mierda, todos, así os pudráis". La maldad está servida en doble ración: por un lado, utilizas a los animales para despertar en mí un sentimiento de culpa antes inexistente y así persuadirme para que adquiera uno de tus productos. Y la peor de todo es que utilizas gratuitamente a esos perros que "como son animales", no sufren, y sólo arañan el cristal y a los diez minutos dejan de hacerlo porque se olvidan. " No se enteran" será probablemente uno de los argumentos de los de la tienda de animales.




Y un jamón les diría si estuviera riéndome. Y una mierda les digo desde aquí. Que os jodan, ya me parece mal que expongáis a los pobres cachorros en jaulas y no los mantengáis en las granjas, donde normalmente hay que ir para adquirirlos y reciben un cuidado y un trato especial, hasta que son vendidos. Pero no los metáis entre rejas, porque así cómo no van a tener cara de pena, si apenas se pueden mover. Los cachorros que retozan entre papeles de periódicos se distraen con la atención ofrecida por las personas que se prestan a rascar el cristal y pronto cierran los ojos y vuelven al calor del sedentarismo. A zambullirse en el agua de su propia pecera. Pero en cuanto se hacen mayores los pasan adentro, los conservan, porque no hay mejor palabra para describir esta situación, que siento que es tan injusta.

Así que paso de contribuir a que los pongan tras un cristal, como bolitas de pelo rechonchas que sólo sirven para atraer dinero. Pero como todo el mundo lo hace y lo permite, la práctica se sigue llevando a cabo. No sé si ellos ladran y no muerden, pero yo estaría dispuesta a morder a los imbéciles que colocan a los perros en las vidrieras y en las jaulas todos los días. Cabrones. Ya me gustaría a mí veros gimoteando detrás del cristal.

4 comentarios:

  1. Me mordió un perro cuando tenía 4 años, casi me deja sin cara ¬¬

    pero tienes razón...

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  2. Y a mí uno en la muñeca. ¡Pero es uno de los traumas que tengo superados!

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  3. Cariños míos comentadores. A mí sí que me dejó sin media cara. Y tengo pruebas.

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