jueves, 23 de diciembre de 2010

Los cánones ya no son los que eran

 Me hago gracia a mí misma cada vez que me sorprendo cuando echo la vista atrás y veo los pensamientos de la Antigua Grecia. Alucino en colores, y no precisamente porque esté de macrodiscopartyohyeah, ni mucho menos: estoy en mi cuarto, escribiendo con cara larga y unas ojeras que cada vez se vuelven más profundas, tanto, que empiezo a pensar que acabarán por corroer el hueso.

Me maravillo, tan de vez en cuando, al contemplar la amplia mitología que tenían, metáforas sibilinas que ocultaban sus preocupaciones. No era sino otra forma de organizar este caos, de dar cuerpo a lo que nos pasa cada día, esos fantasmas que nos rodean, que llamamos de alguna forma y no sabemos bien por qué lo hacemos, pero que sin presentarse siquiera con una amplia sonrisa forman parte de nuestra vida. O no. La inteligencia, la música, la guerra (¿violencia, tal vez?), la sabiduría, la fiesta, la caza y otros trapicheos. Y aunque una se coloca una mano bajo la barbilla y entrecierra los ojos para exteriorizar una admiración un tanto difusa, no puedo evitar encontrar una distancia abismal entre ellos y nosotros.

A veces, las barreras espacio-temporales se desvanecen, con la recreación de un escenario en tu propia mente. ¿A quién le importan esas cosas en tu mundo imaginario? Pienso, qué listos eran los cabritos, mira cómo se las ingeniaban. Y miro de reojo a los romanos. Entre pitos y flautas nos han llegado sentencias de oro en latín y en griego. Frases lapidarias que todavía nos sobrecogen por la sabiduría que destilan en tan poco atrezzo. Pero con el chasqueo de unos dedos un tanto lentos, vuelvo a la realidad para quedarme con lo que más me conviene.

Al igual que nos quedamos embobados admirando una estatua blanquecina que representa una concepción de belleza bastante dispar en nuestra sociedad, pero que conseguimos entrever si nos quedamos mirándola y traspasamos con la mente ese bloque de piedra para sentir latir la esencia de la obra. La intención, el contexto, el cuidado con el que el cincel caía para perfilar cada una de las aristas que componen esa mujer de mirada distante. Pero está muerta, pienso al sentir el frío que irradia cada uno de sus miembros, está completamente muerta. En un intento de permanecer intemporal, frígida, como si se tratara de una verdad absoluta, un cimiento o esa palabra que tanto nos gusta para criticar a los demás: un dogma.

Aunque la belleza helénica sea mucho más visible, o al menos aparantemente, a nuestro parecer porque nos educaron con esta relación de ideas "Grecia- belleza-arte-sabiduría" y Roma pisándole la sombra, siempre se pueden encontrar grietas que trepan por el cuerpo desnudo de nuestra impávida e inerte mujer. Son esas mismas brechas las que evidencian que se está adaptando a nuestro tiempo, que poco a poco experimenta la corrosión que provoca no sólo el paso del tiempo, sino la misma vida. El cambio de pensamiento, nuevo modus operandi del ciudadano, nuevas culturas, nuevos...¿tiempos?

Aquí fue cuando caí que es imposible aferrarse a todo este legado que hemos heredado de nuestros grandes y sagaces compañeros. Principalmente, nos sorprendimos tanto de lo asequible y útil que resulta aplicar algunos de sus descubrimientos o de sus peculiaridades que casi hemos olvidado que somos completamente distintos. Y aquí es cuando miro con tristeza a la estatua que continúa describiendo un movimiento femenino, callada, sin ni siquiera dirigirme la mirada.

Es imposible hablar de cánones, de conceptos ideales, porque el tiempo todo lo erosiona, el hombre es tan capaz de crear como de destruir y el flujo de acontecimientos que ocurren en un mismo presente provoca una colisión instantánea, cada segundo, cada suspiro, de hechos, que a veces consiguen entrelazarse, que otras cristalizan en "coincidencias". El mundo es tan cambiante que es tan jodidamente inútil seguir hablándole a esta estatua, intentar captar su sensualidad para atraparla y encontrar unos orígenes, algo que dicen que tenemos dentro de nosotros, ese ligero vacío que a veces le da por asaltarnos cuando estamos en silencio.


Pero ya nada es lo que era. Vivimos constantemente en un futuro fantasmagórico y tratamos de arrastrar con nosotros lo que nos quedó de vidas anteriores. Pero es inútil, el peso del efímero presente es debastador. Y a una solo le queda sonreír, porque mira con compasión a la joven mujer que todavía continúa permaneciendo. Pero nada es para siempre, dicen sus ojos inertes. Tal vez sea lo único que es capaz de decir.

2 comentarios:

  1. Vaya... has consegguido que me lo lea todo a estas horas... eso muchos no lo pueden decir ;)
    Paloma, dale un descanso a tu mente!

    ResponderEliminar
  2. Precisamente pensaba yo el otro día que en el fondo no somos tan distintos a nuestros antepasados clásicos. En el fondo somos lo mismo: humanos, y en el fondo nuestra civilización acabará desapareciendo igual que le ocurrió a la suya. Eran filósofos y pensadores, sí, pero es que ellos estaban descubriendo el mundo y se ilusionaban por él.

    ResponderEliminar